domingo, febrero 24, 2013

Y después del fin del mundo...

El pequeño 'cosmonauta' (cómo él mismo se puso por nombre un día) cruzó la atmósfera de ese nuevo mundo extraño, raro, itinerante, mucho mas grande y con una gravedad bastante, bastante  mas pesada que el anterior, pero habitable.

Se rascó la cabeza, como diciendo para sí que quizá le resultaría duro adaptarse a esa nueva atmósfera, ciertamente de una presión por centímetro cuadrado algo mayor que la de los otros tantos mundos que en su travesía había visitado, y se dispuso a iniciar el aterrizaje.

Cuando bajó, halló lo que en cierta medida ya esperaba: una vasta vegetación, (ciertamente con su relativas semejanzas y diferencias a la que él había conocido a través de los libros de ciencia humana), una geología dura, pero increíblemente activa, cuerpos de agua, vida microbiana y animal compleja inmersos en ecosistemas igualmente variados y equilibrados, pero, (y aunque ya se lo esperaba a decir verdad), no halló seña alguna de ese elemento aun mas complejo representado por la cultura.

Exploró, luego de comprobar (ya los aparatos de la nave lo habían hecho por él con suma precisión) que el aire era respirable aunque algo denso, que se podía andar casi igual que los ancestrales homínidos por una tierra inmensa y exuberante, aunque despoblada de vida inteligente. O al menos eso creyó él.

Tras doblar una ancha depresión de un suelo que parecía estar compuesto de sedimentos de piedra caliza en plena estratificación, visualizó en el horizonte aquella columna de humo que en un principio lo perturbó, solo Dios sabe, si para bien o para mal. Pero que lo impulsó a correr en esa dirección.

Cuando llegó a la fuente de aquella emisión de dióxido de carbono (ciertamente mas lejana de lo que en realidad parecía), se sorprendió de hallar tras las paredes de una humilde cabaña a una mujer como él, que remendaba un cinturón de colores con algo que parecía ser cordel hecho a base de fibras de cáñamo.

Se detuvo en seco. Había varias viviendas al rededor del mismo tipo, pero casi pudo adivinar con un presentimiento profético, que nadie allí vivía en todo el campamento salvo la mujer.

-Hola... -le dijo él, no encontrando otra cosa que poder hacer, ya que había llegado hasta allí.

La mujer alzó la vista y sus ojos rasgados se encontraron con los de él.