Dos mil veinte. Lo escribo con letras y cobra mas fuerza. Se impregna de algo, que no se cómo llamar.
Lo cierto es que soy yo quien le impregna ese algo. El tiempo en números es sólo una referencia, pero el tiempo con letras está vivo. Casi diría que respira. A esta década que cierra, a estos diez años que terminan pronto, seguramente los recordaré con sorpresa y fascinación cuando sea aún mayor, como la amalgama de mi juventud y mi madurez, como los tiempos de la gran revolución, como el turbulento agujero de gusano, pasadizo contraído y largo entre el espacio-tiempo que me condujo a otro universo permitiéndome llevarme mi historia y mis recuerdos.
Y por supuesto un vínculo. Un vínculo inquebrantable que camina de mi mano por la costa de la playa de esta vida. El sol y la luna alumbrando alternadamente nuestras pisadas en la arena. Y por momentos, por breves momentos en extremos opuestos de este viaje de la Tierra, ambos en el cielo del crepúsculo y del amanecer.
La gran pregunta, para que eso suceda... al fin. 2019, a punto de morir.