Hay un verso extraño recitado en los confines del mundo por un hombre desconocido de un mundo que podría no ser éste que decía así:
a la diosa de las cuatro lunas
atentas tus dos manos
con la flor en la una,
y la espada en la otra!
Esta breve, pero profunda reflexión poética, me llegó en sueños, como trasnochada brisa que se abre paso entre las mentes vagabundas de una lejana dimensión.
¿Quién de los tres, cuatro o quizá hasta cinco levantó su voz para lanzar al viento esos murmullos?. ¿Cuando dejarán de abusar de la hospitalidad de este afable corazón?.
Tú, en el umbral del mundo, ves como todos esos gestos se amontonan uno sobre otro, como capas de nieve sobre aquellos tejidos, y su nieve se derrite tibia cuesta abajo con el río magmático hasta el baúl de los recuerdos.
¿Has visto brillar últimamente la constelación que dibujaste con tus sueños de niña en el espacio, secuestrados por el demonio que se come tus instintos y se alimenta de tu alma?.
Detrás de aquella nube negra están brillando sus estrellas.
¡Pero sólo son estrellas!. Nubes de polvo gas y que se queman sobre nuestras cabezas, porque el mundo ya no necesita a los poetas,
solo a los científicos,
los economistas,
las licenciadas,
los estadistas
y las ingenieras...
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