La escuela aplasta mi pedagogía, Me somete al libro de texto, me esclaviza al 'todopodersoso' programa oficial. Destruye mis matraces y mis cajas petri, clausura el laboratorio de mi aprendizaje, el de los niños. Los lleva sobrevolando un paisaje hermoso del cual no alcanzan a distinguir nada, ni a tocar, ni oler, ni escuchar...nada. Nada, porque el "programa" se preocupa por el destino de este viaje ignorando que es el viaje mismo el objetivo del programa.
Los transformamos en unos llenalibros, trabajos de los cuales no hay muchos por cierto. Los enclaustramos en el salón, los ponemos a fabricar, como dice Tonucci, adornitos para casa de baja calidad que luego mamá o papá sienten remordimiento tirar a la basura. Les ponemos 10! por apenas nada, y cuando llegan apenas un poco mas arriba (a secundaria) nos portamos inflexibles con ellos, exigiendo lo que jamás nos preocupamos por desarrollar.
Los aburrimos de leer preguntitas por todos lados. Sospecho que por eso se hartan luego de tantos años y por eso ya no quieren leer. Yo no sé que piensen ustedes pero para mí la palabra libro evoca un maravilloso objeto que guarda una historia secreta o información maravillosa sobre algún fenómeno natural asombroso. Pero cuando abro uno de esos horripilantes libros de texto llenos de lineas para contestar por todos lados me punza la cabeza, algunas veces, hasta se me revuelve el estómago.
La didáctica basada en el enfásis de la pregunta debiera hacer ese énfasis en la pregunta mental, no en la escrita. Una pregunta que se internalice en la mente de quien se la hace y la haga suya, para buscar una respuesta que sirva para aprender algo para siempre, no para llenar una linea.
Quizá esto fuera posible si no llegara cada cierto tiempo la persona encargada de revisar los libros para "ver" donde van los niños (en realidad no es otra cosa mas que la desconfianza de saber qué esta haciendo el maestro; ¿estará perdiendo el tiempo en clase?)
El bendito libro. Debiera llamarse guía de trabajo o algo así, y debiera existir, desde mi punto de vista, sólo para matemáticas.
El "libro" de texto es sólo uno de los mounstrosos especímenes que viven en el espacio escolar, al lado de otros como stupidus evaluatus, incompetentia enseñandis, familiare adversita culturis, irresponsabilis parentia, corruptio lagartus, sollitarium teachere y muchos otros.
Este zoológico de obstáculos educativos me aplasta el alma, me rompe la planeación, me obstruye al maestro que con tanto asombro y motivación vi irse formando en mí con el paso de los años.
Lamento decirlo precisamente en el dia del maestro, sobre todo porque he comprobado que aunque rarísimos, sí existen los excelentes maestros (Profesor Alejandro, Jorge Bejarano, Maestra Heike, Sensei Ken Abiko), pero la verdad es que en México, la educación está por los suelos, pero no por lo que dice Televisa o quien habla sin saber si quiera dar su propia definicion de ciencia, sino por ese terrible y lamentable espiritu supersticioso de quién cree que la escuela, es el lugar en donde se enseña a los niños a leer.
Los libros mas agradables que recuerdo durante mis años de estudiante de educación básica eran externos, ajenos a la escuela, y vaya que tuve suerte de topármelos.
Los libros que obligamos a llenar a los niños en la escuela rayan en el patetismo, las editoriales de éste tipo de materiales "didácticos", mas interesadas en sacar provecho económico de la ceguera del profesorado acerca del verdadero princpio del constructivismo, se abalanzan sobre los directivos para ofrecer estas auténticas comidas chatarras para que se las den a consumir a cientos de miles de estudiantes de educación básica. Incluso hay libros para "aprender a pasar exámenes" como los de ENLACE (otra asquerosidad) o los de admisión a la secundaria. Incluso presumen en sus portadas, casi pareciera con cinismo, anuncioa como: "Con mas de 600 reactivos!" o cosas por el estilo.
Y por supuesto, el encargado, de dar de comer esta porquería a los niños, somo nosotros, los maestros.
Volvamos a la catedra libre, que el mejor maestro es aquel que deja una huella en ti y que recuerdas por su autenticidad y pensamiento único, y no por su voz que aturde con la trillada frase de "abran su libro en la página 78".
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