Areli estaba alegre por lo que sucedía. Ni siquiera se había sucitado el solsticio de invierno aún, y una manta blanca caía a pedazos desde el cielo sobre la Villa y sus alrededores.
Sus padres, que a decir verdad estaba mas que preocupados, comentaban durante la merienda con tremenda inquietud que si la temperatura seguía bajando de esa manera para cuando llegara el invierno -ya muy próximo por cierto- corrían el riesgo de que la casa, esa cabaña de madera y techo de dos aguas pequeña y acogedora, otrora nido de aves en primavera, quedara, literalmente, sepultada bajo nieve.
Areli escuchaba aquellas sobremesas mordisqueando un pan, bebiendo el café caliente, clavando sus ojos negros sobre la superficie de la mesa vieja de madera, en silencio. A Areli, le fascinaban ese tipo de situaciones, inusuales, raras, provocativas, que levantaban preocupación entre la gente, pero sobre todo, si aquellas situaciones eran algo causado por la fuerza de la naturaleza. Ya recordaba que un par de años atrás durante unas vacaciones, miles y miles de kilómetros al sur, cuando fueron a visitar a algún tío lejano, había presenciado unas fuertes inundaciones al llegar. La casa del tío quedó prácticamente destruida y las vacaciones de la familia se convirtieron mas bien en un viaje de ayuda voluntaria a una zona de damnificados. Areli sabía que no podía expresar su alegría por aquellas situaciones, puesto que podía herir la sensibilidad de muchas personas, pero en el fondo, mientras ayudaba a sacar pertenencias de las casas inundadas, mientras pasaba de unas manos a otras en la fila las cajas y las bolsas, en el fondo, muy en el fondo, sonreía.
Así que ahora la idea de quedar enterrados bajo nieve le parecía excitante. Ver tanta nieve era un idilio que quizá no volvería a ver en muchos años, y a lo mejor quizá, ya ni siquiera para entonces viviera en la Villa. De tal modo que, con la esperanza de presenciar un invierno extremo, todas las noches se iba a la cama con cinco, seis o siete cobijas, pues esperaba que entrada la madrugada una tormenta invernal azotara la Villa. Era además, una forma de aparentar que le preocupaba también el intenso frío, aunque bajo las cobijas permaneciera en vigilia durante largas horas, y de cuando en cuando asomara la cabeza para mirar por la ventana si algo anormal sucedía afuera.
Una noche de finales de diciembre, el sueño de Areli se cumplió. Aquella en especial, no estaba tan alerta como en tantas otras. Mas bien esa noche sí tenia sueño, y anhelaba dormir profundamente. Su madre las había tenido a ella y a sus hermanas juntando leña todo el dia y estaba cansada. Fue casi por casualidad que se asomara por la ventana. Un búho o lechhuza llevaba varias noches yendo a picotear las puertecitas de madera de la ventana a un lado de su cama. Finalmente aquella vez, Areli, exasperada por el extraño comportamiento de esa ave, quiso dar un buen susto al animal y corrió el pasador. Cuando este se liberó, las puertecillas se abrieron de par en par empujadas bruscamente por una ventisca helada poblada de nieve.
Areli miró afuera y quedó atónita.
(continua)
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