Ciudad de Morroc
-¡Usted no entiende!, debe dejarme pasar. Esto es de suma importancia para la Corporación.
-Oiga amigo, yo sólo tengo órdenes de resguardar el lugar de cualquier persona hasta que la reunión termine.
En ese instante, los miembros del Consejo venían saliendo. Entre ellos, Sir Siracuse y todo el gabinete de seguridad de Chivalry, la Wizard Guild y la Orden Superior de Asuntos Religiosos de Rune Midgard.
-¡Capitán, Capitán! -gritó el geólogo intentando abrirse paso entre la multitud de reporteros con sus pergaminos e instrumentos para tomar notas- ¡Capitán, por favor, escúcheme!
La multitud fue arrojando al geólogo -que a decir era bastante menudo- hacia afuera del círculo y lejos del paso de los miembros de la Corporación. A decir verdad, si Sir Siracuse o el mismísimo Capitán lo hubieran escuchado quizá le hubieran dado la palabra. Como estrategas militares, sabían de la importancia de no desperdiciar ningún tipo de información, por muy poco confiable que esta pareciera. Pero no fue así. El griterío de las decenas de reporteros que se arremolinaban todos alrededor de la salida del Palacio no permitían que las palabras de la débil voz del geólogo, ya muy enfermo por la infección, llegara hasta los líderes de quiénes suplicaba su atención.
-Deben..(cof cof!!) …deben escucharme! La Ciudad está.. (¡cof, cof!), la ciudad está en un gran peligro!
En eso, alguien lo empujó por la espalda accidentalmente. El geólogo repitió su advertencia desde el suelo desértico, con el polvo entre los dientes. Nadie le oyó.
-¡Usted no entiende!, debe dejarme pasar. Esto es de suma importancia para la Corporación.
-Oiga amigo, yo sólo tengo órdenes de resguardar el lugar de cualquier persona hasta que la reunión termine.
En ese instante, los miembros del Consejo venían saliendo. Entre ellos, Sir Siracuse y todo el gabinete de seguridad de Chivalry, la Wizard Guild y la Orden Superior de Asuntos Religiosos de Rune Midgard.
-¡Capitán, Capitán! -gritó el geólogo intentando abrirse paso entre la multitud de reporteros con sus pergaminos e instrumentos para tomar notas- ¡Capitán, por favor, escúcheme!
La multitud fue arrojando al geólogo -que a decir era bastante menudo- hacia afuera del círculo y lejos del paso de los miembros de la Corporación. A decir verdad, si Sir Siracuse o el mismísimo Capitán lo hubieran escuchado quizá le hubieran dado la palabra. Como estrategas militares, sabían de la importancia de no desperdiciar ningún tipo de información, por muy poco confiable que esta pareciera. Pero no fue así. El griterío de las decenas de reporteros que se arremolinaban todos alrededor de la salida del Palacio no permitían que las palabras de la débil voz del geólogo, ya muy enfermo por la infección, llegara hasta los líderes de quiénes suplicaba su atención.
-Deben..(cof cof!!) …deben escucharme! La Ciudad está.. (¡cof, cof!), la ciudad está en un gran peligro!
En eso, alguien lo empujó por la espalda accidentalmente. El geólogo repitió su advertencia desde el suelo desértico, con el polvo entre los dientes. Nadie le oyó.
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