sábado, julio 19, 2008

fragmentos ... tren

fragmento 6, Tren, Eclipse lunar de Otoño
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Cerca de la casa pasaba un tren. Las historias que contaban sobre las tragedias allí ocurridas estaban ligadas a las muertes de borrachos que, completamente desorientados, se iban a dormir a las vías y perdían la vida, o algún miembro, y de gente también que intentaba ganarle el paso al tren y, por consiguiente, rumores de almas en pena deambulando entre los durmientes. La campana del tren irrumpiendo por las noches era un sonido que siempre me despertaba, lo escuchaba desde que venía muy lejos, y durante algunos minutos permanecía en vigilia escuchando como se acercaba hasta que finalmente al cabo de varios minutos desaparecía por completo.

Contrario a lo que se pudiera pensar, aquel tétrico lamento a mitad de la noche no me causaba el mínimo temor. Por el contrario, instigaba mi curiosidad. Siempre me llenaba de unas ganas extraordinarias de levantarme de la cama y salir corriendo para ver si era capaz de alcanzar el cruce antes que el tren, y sentir ese vértigo resultante de estar a unos centímetros de una máquina tan poderosa y descomunal que cruzaba de ciudad en ciudad, cargando centenares de toneladas de pesado material haciendo vibrar las barras de acero sobre las que se deslizaba con soberbia entre la oscura sábana de la noche. De día, verle pasar perdía mas de la mitad de su encanto, por ello, siempre que desde la cama escuchaba su campana una agitación especial se hacía en mi corazón. Imaginaba que algún día tendría la oportunidad de estar frente a uno, tan cerca que sería capaz de llenarme de pavor y con el tiempo apenas suficiente para hacerme a un lado y verlo pasar de largo, junto a mi, hasta que se perdiera en el horizonte.

De ninguna manera era esto una especial aversión por el peligro, o por los trenes. Estaba tan rebosante de vida y de amor en aquellos tiempo y mi mente era tan la de un niño común y corriente, que difícilmente puedo imaginar que se debiera a alguna otra razón. Tal vez era que me gustaban demasiado las cosas grandes, y que se movían. Entre los miles de recuerdos que tengo como fotografías estáticas previas al día en que cobre conciencia de mi existencia, estaba la del día que nos llevaron a mi hermana, a mis primos y a mi, siendo aun muy pequeños, a ver llegar los aviones al aeropuerto de la capital, en aquella lejana ciudad. No alcancé a ver el avión en su totalidad, solo recuerdo haber visto la cola moverse lentamente mientras el avión se colocaba muy cerca de un hangar. El solo ver este fragmento del avión e imaginar lo colosal que resultaría verle completo me hizo temblar de emoción. Ahora, el tren resultaba una posibilidad mucho mas accesible. No había una barda que nos separara de él, ni una alambrada, ni nada, simplemente cuando te tocaba coincidir con el paso del tren detenías tu auto y sin mas obstáculos que el parabrisas del coche una gigante serpiente de metal desfilaba frente a tus ojos. Las historias de fantasmas del tren no surtían ningún efecto en mi hermana y en mi. Nuestros padres nos habían educado bajo la firme creencia de un mundo privado de espíritus del mas allá, y de que el lma, al morir abandonaba tu cuerpo y también este mundo, y que todas los testimonios de esas gentes que aseguraban haber tenido un encuentro con almas en pena no habían sido mas que meras alucinaciones provocadas por el alcohol, el miedo a la noche o a un estado mental de sugestión que les hacía ver cosas comunes y corrientes como otras completamente distintas. Esta explicación era mas que suficiente para nosotros no porque sonaba lógica, pues para un niño cualquier cosa puede suceder, sino porque venía de papá y mamá, y papá y mamá siempre lo sabían todo. Por ello, todo la emoción que representaba el paso de tren para mi no era mas que simple asombro...

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