Durante el día, los bosques templados de los territorios pronterianos eran, la mayoría de los días, pacíficos, e ideales para un día de campo. Todas salvo la puerta sur, que en los últimos años se había visto invadida periódicamente por oleadas de monstruos y alguno que otro demonio que intentaba ingresar a la ciudadela. Así que en dicha puerta se había concentrado una resistencia permanente, conformada por guerreros del reino que defendían el acceso con bastante éxito. De hecho, aun si en algún momento no hubiese nadie para impedir llegar a alguna criatura maligna las murallas de Prontera, tanto los muros como la puerta estaban sellados por un poderoso conjuro santo hecho muchos años atrás por un legendario Gran Sacerdote y sostenido por fuerzas divinas provenientes de la Catedral. No era una barrera física, era mas bien como un aire enrarecido que repelía cualquier criatura que desprendiera de si vibraciones negativas. De tal manera que el portal invisible, solo dejaba pasar personas y las mascotas inofensivas que les acompañaban.
El Poeta y el grupo de jóvenes decidieron no arriesgarse a acampar cerca de la puerta Sur y se dirigieron al ala oeste, la izquierda en relación a la posición del territorio, muy cerca de una pequeña elevación de terreno a unos treinta o cuarenta o metros del joven río que atravesaba los campos pronterianos. Allí solo había pequeños lunatics, porings, pupas y otra pequeña fauna.
-¿Por qué no van ustedes a buscar un poco de leña y ramas secas para encender el fuego cuando anochezca? –preguntó Jery unos minutos después de que eligieron el sitio donde habrían de pasar la noche.
-¿Tú que harás?
-Crearé protección. Santificaré el lugar, bendeciré la tierra con un poco de Aqua benedicta para pedir que no nos suceda nada.
-Muy bien. ¿Vamos Ohan?
-Vamos.
-Nosotros revisaremos los alrededores, para cerciorarnos de que es seguro –dijo El Poeta, refiríendose a él y a Matsuo.
-¿Quieres que te ayude a Algo Jery? –preguntó Alma viendo que sobraba.
-Has estado conmigo prácticamente todo el día y todos los días desde que llegaste, veo que tienes ganas de ir a echar un vistazo, ve con ellos.
Alma sonrió y se dio la vuelta, quería ir con Matsuo y El Poeta, pero cuando se dio vuelta y los buscó con la mirada, ya no estaban, habían desaparecido demasiado rápido. El crepúsculo apenas empezaba a caer y los tonos empezabana a pintarse opacos.
-Espérenme – dijo, y corrió para unirse a Ayako y a Ohan.
Jery mientras tanto, retiró las mochilas y pertenencias de todos, disponiéndolas en círculo. Trazó una estrella en el suelo circunscrita en una circunferencia de unos pocos metros de diámetro. Extrajo una pequeña ánfora de su bolsita de cuero, retiró la tapa, y roció unas gotas. “Aqua benedicta, divina protection, aleja el mal de esta tierra, te lo ruego en nombre de Dios”. Sacudió el bote un poco e hizo una oración silenciosa.
-Hay muchos lunatics por aquí. Parecen los conejos de la Isla Tortuga, solo que mas pequeños.
-En Hugel hay un criadero de ellos.
-¿En serio?. Nunca he ido a Hugel, cuando sea una caballera y monte un Peco, visitaré tu tierra. ¿Me darás asilo?
-Claro.
-Creo que por allá encontraremos algo de leña –señaló Ohan con la katana que había recibido del evento….
Caminaron en dirección que sugirió el muchacho y hallaron las ramas caídas de un árbol. Ohan probó el filo de su katana.
-Vaya!, sí que es buena –apuntó Ayako al ver el corte quirúrgico de la hoja de metal.
-A ver, prueba la tuya.
Ayako sacó su espada de dos manos y apuntó bien a un viejo leño y grueso que estaba cerca de la base de un tronco. Pero algo se movió justo cuando estaba punto de blandir.
-¡No, espera! –gritó Alma y se agachó a mover el leño. De entre las marañas y varas sacó un pequeño animalito blanco, como una esponja blanca que emitía un sonido agudo similar al maullido de un gato- Mira, es un conejito…
-Ay! Pobrecito, casi te hago pinole pequeñín –dijo Ayako agachándose y acariciándolo.
-Esta infestado de lunatics aqui.
-Espera, parece que está lastimado…
-¿Qué tiene?, ¿está herido?
-Aquí su patita –dijo Alma tomando la pequeña extremidad del animalito y mostrándola a Ayako y Ohan- es sangre…
-¡Llevémoslo con Jery! ¿Creen que pueda hacer algo?.
-Dijo que estaba aprendiendo curación –señaló Ohan recargado en el mango de su katana clavada en el suelo.
Las dos chicas anduvieron de regreso hacia el campamento dejando toda la carga de leña a Ohan, que aunque con problemas la transportaba, no reclamó demasiado. Las jóvenes iban fascinadas con el animalito.
Cuando volvieron, ya Matsuo y El Poeta habían vuelto e instalaban instalando dos tiendas de campaña ovoideas que el músico siempre llevaba consigo. Era un peregrino, y formaban parte de su equipo básico. Sus largas travesías por todo el reino lo habían llevado a explorar cientos de regiones con la maestría del águila y la astucia de un zorro. Jery sacaba de su mochila trastos y alimentos que de última hora habían comprado antes de salir de la ciudadela: salchichas, queso, verduras, aderezos y palillos con los que pensaba preparar banderillas para todos.
-¡Mira Jery!, ¿puedes curarlo?.
-¿Qué es?
-Un conejito.
-Ah, un lunatik.
-Creo que tiene quebrada su patita.
Jery examinó al animalito. Lo acarició un poco. Intentó poner su mente en blanco y seguir los pasos que la madre Teresa le había dicho que debía seguir para efectuar Curación. El animalito le resultaba muy tierno así que crear empatía no fue obstáculo. Luego seguía comprender su dolor. Para esto imaginó que ella misma tenía uno de sus brazos rotos aunque muy en el fondo sintió que al no ser así, falló un poco en este paso. Luego sintió nacer en ella el deseo de ayudarlo. Esto fue fácil también pero ya su corazón sentía dudas respecto al paso anterior, de tal modo que, para cuando quiso invocar toda su fe y fuerza de voluntad para efectuar el movimiento final (unir ambas manos y canalizar su fuerza interior hacia el afectado), la cadena ya se había roto. El conejito se quedó como esperando algo.
-No!, no puedo!, no puedo! –se lamentó la acolita.
-Dale tiempo al tiempo –dijo el poeta quién se sentaba un viejo tronco que había recostado sobre el césped a manera de banca- la semilla en la tierra no da brote apenas la ocultas del sol… debes ser paciente.
-¿Será suficiente con esta leña? –preguntó Ohan señalando hacia el montón de varas y ramas que había dejado caer sobre el suelo.
El Poeta examinó. Y sentenció con un movimiento de cabeza.
-Mañana intentaré de nuevo –dijo Jery metiendo al lunatic a su mochila ya vacía, aunque dejándole un poco abierta para que pudiera respirar. Le dio un trocito de zanahoria, por suerte traía algunas- quizá a la luz del sol pueda concentrarme mejor.
Prácticamente había anochecido. Los alrededores comenzaban ya a verse, o mejor dicho, a no verse. Solo un negro profundo y sólido alrededor de ellos alrededor de la fogata que pronto cobró vida y empezó a proyectar sombras danzantes en los tallos de los árboles, y en la tierra desnuda.
-Uuuuy! – como que si da algo de nervio –dijo Ayako abrazándose a sí misma.
-Ya no hay marcha atrás, tendrás que hacer esto de vez en cuando, cuando seas una Knight , así que vete acostumbrando- Matsuo, el muchacho que tenía finta de samurái, hombre por cierto de pocas palabras, se había animado a hablar.
-¡Ay, tu siempre me molestas!
-Shht!, calla… algo viene…
Los muchachos guardaron silencio y arrojaron una mirada en dirección de donde Matsuo miraba. Sus jóvenes corazones empezaron a ponerse turbios. La noche era avasalladoramente temeraria. Un movimiento oculto pareció escucharse entre los árboles. Ayako se pegó a Ohan. Luego recordó que era ya una swordman y se reprendió a sí misma esa actitud de cobardía. Sintió el mango de su espada. Ohan también buscó el mango de su Katana. Jery se puso de pie y abrazó la mochila con el lunatic mientras fue a esconderse tras de Ayako y Ohan. Matsuo fue el único de los adolescentes que permaneció estático, serio, y concentrado en adivinar qué era lo que se movía entre las sombras, ya a muy pocos metros de ellos. Los corazones palpitaban, segundos de un suspenso creciente llenó sus mentes y los hizo imaginar cosas indecibles. Un crujir de hojas de césped se sintió emerger de las sombras. Ohan apretó fuerte el mango de su katana.
-Esperen! –dijo Matsuo al percatarse de que Ohan estaba presto a desenvainar- tal vez sea humano.
-Claro que es humano –dijo El Poeta que era el único que se mantenía con una sonrisa en el rostro. Se echó a la espalda su instrumento y caminó hacia la fuente de las pisadas que se aproximaban- y de hecho –continuó- no solo es humana, sino que además es una belleza… les presento a Mirna.
De las sombras emergió una mujer con una sonrisa clara como las perlas del mar. Llevaba un bello pantalón traslúcido de seda fina y de la cintura para arriba una ombliguera también traslúcida detrás del cual se alcanzaba a adivinar un bello top blanco de algodón refinado. Su cabeza era coronada por un aro de verdes y frescas hierbas de olivo. Un par de caireles rizados caían sobre su frente. Era una dancer y era una vieja y querida amiga del Poeta.
-Te tardaste en llegar –dijo él, y la recibió con un fuerte abrazo y un beso en la mejilla.
El Poeta y el grupo de jóvenes decidieron no arriesgarse a acampar cerca de la puerta Sur y se dirigieron al ala oeste, la izquierda en relación a la posición del territorio, muy cerca de una pequeña elevación de terreno a unos treinta o cuarenta o metros del joven río que atravesaba los campos pronterianos. Allí solo había pequeños lunatics, porings, pupas y otra pequeña fauna.
-¿Por qué no van ustedes a buscar un poco de leña y ramas secas para encender el fuego cuando anochezca? –preguntó Jery unos minutos después de que eligieron el sitio donde habrían de pasar la noche.
-¿Tú que harás?
-Crearé protección. Santificaré el lugar, bendeciré la tierra con un poco de Aqua benedicta para pedir que no nos suceda nada.
-Muy bien. ¿Vamos Ohan?
-Vamos.
-Nosotros revisaremos los alrededores, para cerciorarnos de que es seguro –dijo El Poeta, refiríendose a él y a Matsuo.
-¿Quieres que te ayude a Algo Jery? –preguntó Alma viendo que sobraba.
-Has estado conmigo prácticamente todo el día y todos los días desde que llegaste, veo que tienes ganas de ir a echar un vistazo, ve con ellos.
Alma sonrió y se dio la vuelta, quería ir con Matsuo y El Poeta, pero cuando se dio vuelta y los buscó con la mirada, ya no estaban, habían desaparecido demasiado rápido. El crepúsculo apenas empezaba a caer y los tonos empezabana a pintarse opacos.
-Espérenme – dijo, y corrió para unirse a Ayako y a Ohan.
Jery mientras tanto, retiró las mochilas y pertenencias de todos, disponiéndolas en círculo. Trazó una estrella en el suelo circunscrita en una circunferencia de unos pocos metros de diámetro. Extrajo una pequeña ánfora de su bolsita de cuero, retiró la tapa, y roció unas gotas. “Aqua benedicta, divina protection, aleja el mal de esta tierra, te lo ruego en nombre de Dios”. Sacudió el bote un poco e hizo una oración silenciosa.
-Hay muchos lunatics por aquí. Parecen los conejos de la Isla Tortuga, solo que mas pequeños.
-En Hugel hay un criadero de ellos.
-¿En serio?. Nunca he ido a Hugel, cuando sea una caballera y monte un Peco, visitaré tu tierra. ¿Me darás asilo?
-Claro.
-Creo que por allá encontraremos algo de leña –señaló Ohan con la katana que había recibido del evento….
Caminaron en dirección que sugirió el muchacho y hallaron las ramas caídas de un árbol. Ohan probó el filo de su katana.
-Vaya!, sí que es buena –apuntó Ayako al ver el corte quirúrgico de la hoja de metal.
-A ver, prueba la tuya.
Ayako sacó su espada de dos manos y apuntó bien a un viejo leño y grueso que estaba cerca de la base de un tronco. Pero algo se movió justo cuando estaba punto de blandir.
-¡No, espera! –gritó Alma y se agachó a mover el leño. De entre las marañas y varas sacó un pequeño animalito blanco, como una esponja blanca que emitía un sonido agudo similar al maullido de un gato- Mira, es un conejito…
-Ay! Pobrecito, casi te hago pinole pequeñín –dijo Ayako agachándose y acariciándolo.
-Esta infestado de lunatics aqui.
-Espera, parece que está lastimado…
-¿Qué tiene?, ¿está herido?
-Aquí su patita –dijo Alma tomando la pequeña extremidad del animalito y mostrándola a Ayako y Ohan- es sangre…
-¡Llevémoslo con Jery! ¿Creen que pueda hacer algo?.
-Dijo que estaba aprendiendo curación –señaló Ohan recargado en el mango de su katana clavada en el suelo.
Las dos chicas anduvieron de regreso hacia el campamento dejando toda la carga de leña a Ohan, que aunque con problemas la transportaba, no reclamó demasiado. Las jóvenes iban fascinadas con el animalito.
Cuando volvieron, ya Matsuo y El Poeta habían vuelto e instalaban instalando dos tiendas de campaña ovoideas que el músico siempre llevaba consigo. Era un peregrino, y formaban parte de su equipo básico. Sus largas travesías por todo el reino lo habían llevado a explorar cientos de regiones con la maestría del águila y la astucia de un zorro. Jery sacaba de su mochila trastos y alimentos que de última hora habían comprado antes de salir de la ciudadela: salchichas, queso, verduras, aderezos y palillos con los que pensaba preparar banderillas para todos.
-¡Mira Jery!, ¿puedes curarlo?.
-¿Qué es?
-Un conejito.
-Ah, un lunatik.
-Creo que tiene quebrada su patita.
Jery examinó al animalito. Lo acarició un poco. Intentó poner su mente en blanco y seguir los pasos que la madre Teresa le había dicho que debía seguir para efectuar Curación. El animalito le resultaba muy tierno así que crear empatía no fue obstáculo. Luego seguía comprender su dolor. Para esto imaginó que ella misma tenía uno de sus brazos rotos aunque muy en el fondo sintió que al no ser así, falló un poco en este paso. Luego sintió nacer en ella el deseo de ayudarlo. Esto fue fácil también pero ya su corazón sentía dudas respecto al paso anterior, de tal modo que, para cuando quiso invocar toda su fe y fuerza de voluntad para efectuar el movimiento final (unir ambas manos y canalizar su fuerza interior hacia el afectado), la cadena ya se había roto. El conejito se quedó como esperando algo.
-No!, no puedo!, no puedo! –se lamentó la acolita.
-Dale tiempo al tiempo –dijo el poeta quién se sentaba un viejo tronco que había recostado sobre el césped a manera de banca- la semilla en la tierra no da brote apenas la ocultas del sol… debes ser paciente.
-¿Será suficiente con esta leña? –preguntó Ohan señalando hacia el montón de varas y ramas que había dejado caer sobre el suelo.
El Poeta examinó. Y sentenció con un movimiento de cabeza.
-Mañana intentaré de nuevo –dijo Jery metiendo al lunatic a su mochila ya vacía, aunque dejándole un poco abierta para que pudiera respirar. Le dio un trocito de zanahoria, por suerte traía algunas- quizá a la luz del sol pueda concentrarme mejor.
Prácticamente había anochecido. Los alrededores comenzaban ya a verse, o mejor dicho, a no verse. Solo un negro profundo y sólido alrededor de ellos alrededor de la fogata que pronto cobró vida y empezó a proyectar sombras danzantes en los tallos de los árboles, y en la tierra desnuda.
-Uuuuy! – como que si da algo de nervio –dijo Ayako abrazándose a sí misma.
-Ya no hay marcha atrás, tendrás que hacer esto de vez en cuando, cuando seas una Knight , así que vete acostumbrando- Matsuo, el muchacho que tenía finta de samurái, hombre por cierto de pocas palabras, se había animado a hablar.
-¡Ay, tu siempre me molestas!
-Shht!, calla… algo viene…
Los muchachos guardaron silencio y arrojaron una mirada en dirección de donde Matsuo miraba. Sus jóvenes corazones empezaron a ponerse turbios. La noche era avasalladoramente temeraria. Un movimiento oculto pareció escucharse entre los árboles. Ayako se pegó a Ohan. Luego recordó que era ya una swordman y se reprendió a sí misma esa actitud de cobardía. Sintió el mango de su espada. Ohan también buscó el mango de su Katana. Jery se puso de pie y abrazó la mochila con el lunatic mientras fue a esconderse tras de Ayako y Ohan. Matsuo fue el único de los adolescentes que permaneció estático, serio, y concentrado en adivinar qué era lo que se movía entre las sombras, ya a muy pocos metros de ellos. Los corazones palpitaban, segundos de un suspenso creciente llenó sus mentes y los hizo imaginar cosas indecibles. Un crujir de hojas de césped se sintió emerger de las sombras. Ohan apretó fuerte el mango de su katana.
-Esperen! –dijo Matsuo al percatarse de que Ohan estaba presto a desenvainar- tal vez sea humano.
-Claro que es humano –dijo El Poeta que era el único que se mantenía con una sonrisa en el rostro. Se echó a la espalda su instrumento y caminó hacia la fuente de las pisadas que se aproximaban- y de hecho –continuó- no solo es humana, sino que además es una belleza… les presento a Mirna.
De las sombras emergió una mujer con una sonrisa clara como las perlas del mar. Llevaba un bello pantalón traslúcido de seda fina y de la cintura para arriba una ombliguera también traslúcida detrás del cual se alcanzaba a adivinar un bello top blanco de algodón refinado. Su cabeza era coronada por un aro de verdes y frescas hierbas de olivo. Un par de caireles rizados caían sobre su frente. Era una dancer y era una vieja y querida amiga del Poeta.
-Te tardaste en llegar –dijo él, y la recibió con un fuerte abrazo y un beso en la mejilla.
1 comentario:
U.u ya escribe mas, para la otra que exploremos Midgard, mejor vamos al siguiente escenario ^^
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