Dentro de unos dos meses aproximadamente se va a cumplir un año de aquel sueño. Ese sueño que me despertó con el amanecer encima a finales de abril. Recuerdo perfectamente cómo veía a través de la ventana y lo veía llegar envuelto en luz, acompañado de alguien, a mitad de la madrugada, y yo me quedaba pasmado allí, solo viendo detrás del cristal.
Desde que lo vi supe que era para mi. Su pequeña silueta descendía del haz de luz y bajaba unas pequeñas escaleras. Era un niño. Y venían a dejarlo conmigo. Era mío.
Pocos días después me enteraría.
Los sueños como ese que han marcado de manera impactante mi psique me hacen preguntarme qué hay mas allá de este mundo cuando uno duerme y suceden cosas como estas. Independientemente de ello, hoy mi pequeño forma parte de una realidad que empieza a transformar mi vida.
Jamás pensé que pudiera sentir tanto amor por un niño como lo siento ahora por mi hijo. Durante el día en el trabajo, a ratos tomo mi celular y observo sus fotografías en mi móvil. Esos breves segundos por un momento es como si me transportara a casa. Y cuando al fin termina la jornada y llego allá, abrazar su pequeño cuerpecito hace de mí un hombre muy feliz, pleno por unos instantes.
Cada segundo que pasa crece él y quisiera congelar el tiempo para que se quedara así, pequeñito, entre mis brazos y siempre pudiera hacerlo. Pero no. Él ha de tener que crecer y yo he de hacerlo también como su padre que soy. Tengo en mis manos un hermoso futuro que labrar, dos.
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