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Ayer que volvía en la pesera sentado al lado de Areli, estuve a punto de llorar. En algun momento mis ojos se tornaron vidriosos, y el débil resplador de mis ojos que reflejaban la escasa luz en medio de la noche fue capturado por sus sentidos. Asi que debió darse cuenta.
Debió darse cuenta porque unos minutos después, despidiéndonos en la puerta de su casa como cada vez que concluye uno de nuestros encuentros, me abrazó. Mas fuerte que las veces anteriores, y no me soltó durante algunos segundos. El perfume de su cuerpo casi extrajo de mis cuencas las lágrimas que se habían resistido a salir aun en la pesera, pero una vez mas se negaron, y dijo:
-Animo!, no estas bien...
Reí sarcásticamente un poco para mis adentros y a pesar de que estaba cansado (en realidad lo estaba) y de haberle dicho que a diferencia de otras veces volveria a casa cogiendo un taxi, me aventé de nuevo el recorrido hasta casa por toda la avenida y las calles cada vez mas oscuras y tétricas de las colonias.
Cuarenta y cinco minutos después estaba en casa. En medio de esa pequeña habitación en la que he construido un pequeño santuario y me acosté a dormir. Sin poner música, sin prender esta vez la computadora ni jugar antes de hacerlo, sin buscar un documental ni ver alguna serie o el noticiero. Estaba cansado, solo quería una almohada para reposar mi sueño. Solo quería permanecer en silencio y abandonarme al tiempo...
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