"...Cuando se integró el grupo de los indeseables, sentí que se armaba algo chido. Era chido de hecho. En un principio, poco o nada sabía de cada uno de ellos (hay que recordar que éramos mas que al 'final'), salvo lo que alcanzaba a percibir en el salón de clases. Bruno y Tower eran compañeros de extra-escolar, con ellos aprendí a correr las filas y columnas del tabero con las torres y dominar desde el escondite de la India la diagonal con el poderoso alfil de blancas. No se digan los dolorosos dolores de cabeza con esos finales de peones asediados por el doblete del caballo. En cierta medida, el grupo recibió influencia de cada uno de nosotros, y por estos dos personajes legendarios, hasta tú, Amilkar, Pedro, Fito y yo, nos sumergimos por un rato en los escaques bicolores de una plataforma cuadriculada de 8 x 8. ¿Qué puedo decir de Amilkar?, me parece que el y yo aportamos el toque anime-japonés que tambien influyó un poco en los demás y que efímeramente sobrevive en nuestros dias..."
Releída la carta que hace poco envié a Yasser, un viejo amigo de preparatoria allá en la tierra del palmar, encuentro un párrafo exquisitamente nostálgico y cautivador que, desde hace días mediante la simple evocación me ha hecho desear revivir aquél estratégico juego: el ajedrez.
Por tal motivo, este miércoles compraré mi nuevo tablero tipo americano (el mas utilizado en torneos oficiales y pin-pones matutinos a la espuma del café) y me aventuraré, en esta tierra inmensa y gris, a buscar enemigos adecuados para sostener un duelo apasionante que culmine con el sutil arrojar del cordial a la cabeza del rey.
¿En qué recondita parte de mi cerebro había permanecido dormida esta pequeña pasión?. Sea cual sea la respuesta, ha sido un despertar delicioso. Y todavía sin saborear la serenidad procedimental de una apertura escocesa, ya me chupo los dedos con la carne de la primera pieza sacrificada por el embate al enroque del rey. Luego viene la sangre.
Que benévolo y gratificante es culminar una guerra con un apretón de manos y cero víctimas reales en el campo de batalla. Quizá un comentario sobre algún momento de la partida, un punto clave, o alguna mala medición de combinaciones y celadas. Si!. Estimulante. Volveré a correr de 'h1' a 'a8' y visceversa, pretendiendo una arrogante captura de la Dama, picaré mi orgullo con alfileres de cálculo y presentimientos, experimentaré mis teorías psicológicas con los gestos de mi rival, con sus ademanes, sus actitudes, saborearé la satisfacción de la victoria o hasta el manjar de la derrota. Luego, cantado el mate y el registro final, diré con voz callada y suspirante mientras me alejo del lugar: "un peón es un peón, y la revolución es la revolución". Porque como bien aprendimos de aquél bello verso del campeón:
"En manos del destino,
somos como piezas de ajedrez,
por culpa de un peoncito,
se puede perder el rey..."
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